La Inglaterra de finales del S. XV es un país convulso y agitado, marcado por una grave crisis interna y salpicada de conflictos y luchas por el poder, por el que peleaban dos dinastías distintas: Los York y los Lancaster. Por si fuera poco, la imagen exterior de este reino también había visto su prestigio manchado por la derrota final en la Guerra de los Cien Años contra Francia. Inglaterra, pasaría a ser, por el momento, una potencia de segunda fila, muy claramente por detrás de Francia o Castilla.
En 1485, la situación no era mejor. Los York, encabezados por el rey Ricardo III, y los Tudor (descendientes de los Láncaster por parte de Margarita de Beaufort, bisnieta de Juan de Láncaster) encabezados por el aspirante Enrique Tudor (descendiente ilegítimo de los reyes de Inglaterra) se disputaban el trono en uno de los episodios finales de la Guerra de las Dos Rosas. La tensión entre ambos bloques iba in crescendo, y el que está considerado como el episodio final de esta guerra por el trono de Inglaterra se dirimiría el 22 de agosto de 1485 en el tema del que hablaremos hoy: la Batalla de Bosworth.
El joven Enrique (que contaba por aquel entonces con 28 años) desembarcó en su tierra natal, en Pembrokeshire, al suroeste de Gales. De ahí, en algo menos de dos semanas, llegaría al corazón de Inglaterra, a las Midlands, concretamente al condado de Leicestershire. Hoy en día, aunque no se sabe con exactitud, se cree que el choque tuvo lugar en algún punto entre los términos municipales de Shenton y Dadlington.
Muy al contrario de su enemigo, el pretendiente Tudor no era muy experto en cuestiones militares. Además, su ejército, integrado por un gran número de mercenarios franceses, era más pequeño que el del rey Ricardo III, siendo aproximadamente unos 5000 contra unos 8000. Sin embargo, pese a estas desventajas tan clara, el futuro rey contaba con el apoyo y consejo de su tío Jasper Tudor (que con el tiempo se convertiría en duque de Bedford) y John de Vere, conde de Oxford.
El choque comenzó de manera favorable para Ricardo, confiando en su superioridad numérica y en que sus tropas estaban más descansadas que las de su rival, que había tenido que emprender el camino antes citado. Cargó contra las tropas de Enrique, algo desorganizadas, aunque sería entonces cuando acaecieron sucesos que ni el propio Ricardo pudo alimentar en sus sueños más oscuros. Los hermanos Lord Stanley y William Stanley, con 4000 y 2500 hombres respectivamente, le traicionaron de un modo parecido como hiciese Witiza en la famosa Batalla de Guadalete en el año 711 contra el rey visigodo Don Rodrigo. Además, Henry Percy, conde de Northumberland y que parecía que en un principio actuaría a favor de Ricardo III, se abstuvo de combatir. Y por si fuera poco, el comandante de la Casa de York, el conde de Norfolk Johan Howard perecería nada más empezar la batalla. Al parecer, los cañones y los arqueros de Enrique resultaron sumamente mortíferos en su contraataque contra el ejército de Ricardo.
En aquel momento, desprovisto de tales fuerzas, cuando según William Shakespeare en su obra homónima "Ricardo III", el rey pronunció su famosa frase“¡¡mi reino por un caballo!!”. Ricardo quedó confuso, pero no irresoluto y decidió atacar directamente en una maniobra arriesgada a su contrincante Enrique. Dirigió su hueste hacia él, llegando a matar a los guardaespaldas de Enrique e incluso a su portaestandarte, pero la llegada de Lord Stanley impidió que la suerte del pretendiente Tudor fuera morir en los campos de Bosworth aquel 22 de agosto de 1485. Las bajas en el ejército de Ricardo ascenderían en torno a las 1000, mientras que en las de su oponente apenas llegarían a un centenar.
Sería en este contraataque del bando Tudor cuando perecería el rey Ricardo III en batalla, a manos según parece, de un soldado galés. Según se menciona en las crónicas, incluso en las de sus rivales, el rey murió peleando con entereza, conocedor de su futuro. La batalla pues, muerto el rey, llegaría a su fin, con la victoria de Enrique Tudor. La batalla podríamos decir que resultó definitiva para el fin de la llamada Guerra de las Dos Rosas, pese a que dos años más tarde aconteció otra batalla (la última) en los campos de Stoke, cerca de la actual ciudad de Stoke-on-Trent, en Stattfordshire, en el centro de Inglaterra.
Así pues, moría el último rey vástago de la famosa dinastía de los Plantagenet, siendo además el último rey inglés que moría en batalla. Su cuerpo desnudo fue llevado hasta Leicester, donde fue vejado, humillado y apaleado por sus calles. Sería enterrado en la Catedral de Leicester.
Por su parte, Enrique, conde de Richmond, sería proclamado a los pocos días como nuevo rey de Inglaterra, iniciándose así los días de la dinastía Tudor en Inglaterra, que durarían hasta 1603. En lo sucesivo, Enrique tratará e incluso logrará de renovar un país que se había quedado estancado y que mostraba ciertos síntomas de agotamiento. Será sucedido en 1509 por su hijo Enrique VIII. Pero eso ya, será otra historia...
-Juan Antonio Parejo Delgado
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